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Domingo, 09 de diciembre 2012
Javier Colina: Acercamiento de un retrato
Fuente: Marta Ramón


 

Algo tendrían que decir las gafas que centran toda la atención de quién lo ve por primera vez. Él, por su genialidad, puede permitirse unas lentes pequeñas y redondas que remiten a grandes figuras del pasado. Colina sonríe sin esconder los dientes, Colina sonríe y se le arquean las cejas. Entonces uno ya sabe que la transparencia de la mirada de unos ojos achicados por esas gafas suyas sigue fiel a la inocencia del mocoso pamplonés de siete años que empezó a tocar un acordeón que era más grande que él: "también me interesé por la guitarra y el piano. Probaba todos los instrumentos, pero no me decidía por ninguno".

Del cuándo y el cómo de Colina

Colina habla con un tono de voz propio, Colina habla y se le arquean las cejas porque continúa sonriendo: "a mí me gustaba mucho la música desde siempre y crecí con ella… Bueno, estudié Derecho y a los veintiséis años me decidí a tocar el contrabajo porque cayó en mis manos y me gustó. Y desde entonces hasta ahora. Dedicarme a esto nunca fue una decisión, empezó a ser un modo de vida. ¿Sabes? Nunca me propuse nada, y sigo igual".

Recuerda dando tragos grandes al gin-tonic que ha pedido en la barra del Jimmy Glass antes de sentarse a confirmar su retrato. Y las cejas siguen arqueadas como si tuvieran la intención de elevar un rostro que mira las manos de su cuerpo entrelazadas sobre la mesa. Y por fin lo consiguen y los ojos, que son oscuros pero se contemplan como puntos de luz, miran directos y amables, para acentuar las certezas de su pensamiento: "desde que yo empecé han pasado muchas cosas…Muchas penurias en los clubs de jazz pero, por otro lado, se han creado escuelas de jazz en todas partes. Eso ha hecho que se pierda el jazz de la experiencia más vital, de cuando se tocaba en la calle o en un club. Ahora los músicos tienen más técnica, tienen más estudios pero se nota la falta de experiencia del discurso".

Sí, es eso, las cejas arqueadas de Colina son el acento de su existencia. El contrabajista habla más de vida que de música, juega con los términos y después de cinco tragos suyos uno ya sabe que lo hace porque para él son uno mismo, porque ha naturalizado su idea. De ahí la insistencia del contrabajista en una experiencia que sólo se entiende en el contacto: "me parece bien que haya escuelas, pero se necesita un circuito en el que practicar, para tocar y poder enseñarle a la gente lo que tú haces. Eres músico, tienes que poder mostrar a tu trabajo, lo que estás estudiando. Sin embargo, las escuelas están muy bien pero gran parte del aprendizaje es la experiencia, lo que te pasa y cómo resuelves cuando estás tocando en un escenario, tocando para la gente. Y equivocarse, en la vida nos equivocamos.Si falta eso es un conocimiento distinto, sin experiencia por lo que limita muchísimo la capacidad musical". Se intuye en él un eco de lástima, porque limitar la capacidad musical es limitar la capacidad vital, porque él es quién es por haber sabido vivir: "mis estudios musicales han sido nulos. En esa época no había títulos, por supuesto. Leo con dificultad, has ido a parar con el peor lector del mundo. Me cuesta leer, la verdad. Transcribo más fácil que leo. Escucho y ya sé lo que quiero escribir. De todos modos, cuando transcribo pongo lo que quiero conservar, pero me lo he aprendido todo de memoria. O sea, la facilidad para poner en un papel lo que tienes en la cabeza es más fácil que leer el discurso de otro, que también lo hago, pero soy un lento. Normalmente utilizo más la memoria, pero a veces lo transcribo para que no se me olvide".

Colina se refugia en la timidez cuando se le piropea y esquiva las flores ante cumplidos con guiño como el de que toca muy bien el piano: "bueeeeno…. El piano me ha encantado de siempre. Toco a mi manera, hago mis arreglos, mis cosas… tengo un repertorio limitado pero la verdad es que a  mí me encanta. Sí, tengo mi repertorio… me gusta tocar en las fiestas. Toco la guitarra, canto, toco el piano… Me gusta, cantar es muy bonito…. ¡Yo también tengo mi repertorio! ¿Qué te crees? Tengo repertorio... Las canciones de las que me voy acordando en el momento, con letras muy escogidas también. Me gusta mucho". Y es que, cuando empieza a abrir las puertas, puedes ver al fondo de su sala entrañables imágenes de sí mismo: "tengo suerte de que este sea mi trabajo. Sí, es mi trabajo… En esta sociedad cada uno hace lo que hace. A mí me tocó esto. Tengo suerte. No soy Julio Iglesias, ni me reconocen en las estaciones de tren. Soy un contrabajista… Intento hacer bien las cosas. Mi parte pública es una y no la controlo, lo sé y sé que es verdad. Pero yo sé quién soy y puedo controlar lo mío, mi parte personal. Me alegro del reconocimiento, soy consciente porque toco en público y me gusta. Pero bueno, somos músicos, ¡no somos cirujanos!".

Y de ese repertorio que regala en la intimidad a quien puede tenerlo cerca, se desdobla uno de los proyectos que más éxito está teniendo en el último año, En la imaginación (Nuba Records/Contrabaix, 2011). Con su querida Silvia Pérez Cruz estuvo hace una semana en Valencia: "como te decía, de las canciones que me gusta cantar… muchas de ellas o casi todas, prácticamente todas, son canciones que tenía en mi bagaje, mi maleta musical. Y nos pusimos a trabajar con Silvia Pérez Cruz, y después de un año decidimos hacer algo con el repertorio y salió el disco. Estoy muy contento de este proyecto, es de los más bonitos que he hecho. El repertorio es muy bonito, la materia prima es muy bonita, y Silvia también es muy bonita".

Si le preguntas por la formación en la que se siente más cómodo, Colina te dice que ninguna, que cada una tiene sus cosas buenas, y que cada tipo de música también. Sin diplomacias, habla el amor que pone en cada uno de sus momentos, en cada vida musical. Pero si insistes un poquito comparte alguna de las marcas más especiales que lleva implícitas en las cuerdas de su contrabajo: "bueno… hay muchos momentos en la vida de uno. Pero sí puedo decir que me encantó grabar con Bebo Valdés en Nueva York, allí en el Village Vanguard. Tocábamos allí, grabábamos… eso para mí… por dónde era, por quién es él… fue importante. Con Bebo me lo he pasado muy bien. Pero hay otras muchas más actuaciones, de verdad. En cada sitio… salgo contentísimo. Cada vez que me siento bien para mí es una actuación memorable. Se van acumulando situaciones especiales. Sensaciones".

A Javier Colina le fascina el flamenco, debe ser por ese interior puro, porque no puede entenderse sin el aliento que se deja agitar en sus distintos palos: "cuando fui a vivir a Madrid la gente que me rodeaba en el barrio tocaba flamenco. Ya sabía un poco porque había tocado algo en Pamplona y en Madrid ya me puse en contacto. Es un lenguaje del que se puede aprender mucho. A mí lo que me llamó la atención es que se ha mantenido una cultura viva, una raíz. Los músicos buenos de flamenco se definen de abajo arriba. Sigue vivo porque no es sólo el escenario o tablao. Es la vida, el bautizo, las fiestas… de gente que no tiene que ver con la profesión musical, sino con la vida musical. Es lo que más me llama la atención, que esta música la mantiene la gente en su día a día".

Hablando de flamenco, Javier Colina forma parte de uno de los mejores trabajos, y con mayor reconocimiento a nivel internacional, de Perico Sambeat, Flamenco Big Band (Verve, 2008). Se saben muy distintos, pero es ese encuentro el que parió un encanto que no puede expresarse aquí porque sólo puede entenderse escuchando: "nos llevamos bien desde hace muchos años, y es fenomenal la confianza. Cuando tengo que llamar a un saxofonista… yo sé lo que es él y su discurso. Aunque no tenemos mucho en común en muchas cosas aparentemente, después se yuxtapone muy bien, lo que yo no tengo lo tiene él, y viceversa. Y el discurso de él me encanta, por eso siempre que puedo lo llamo".

 

Del dónde de Colina

En este 2012 que estamos a punto de cerrar, algunos Festivales de Jazz han hecho lo que han podido- lo que han querido- para poder mantenerse mostrando el carácter más vendible de sí mismos. Javier Colina opina con cierto recogimiento. Su crítica se desprende de una sugerencia para la reflexión porque la tarea de poner en cuestión la situación es cosa de todos: "si es un Festival privado que hagan lo que les dé la gana, si es un festival con dinero público- o parte de dinero público-, habrá que averiguar si el director artístico es el adecuado para hacer la programación. Si tienen dinero público han de preguntarse la calidad de lo que se está ofreciendo. Sino pues nada, es muy difícil ser juez… Pero en un festival público, como en todo lo público, pueden pedirse responsabilidades de las cosas que no están bien hechas".

Javier Colina es capaz de llenar una fecha suya de Festival o de teatro, pero a él lo que de verdad le gusta es la casa de un club pequeño: "no me llaman la atención los teatros. La cosa estaba bien cuando se tocaba en salas pequeñas, pero el negocio requiere que las salas sean más grandes. Y así vas subiendo con amplificadores hasta estadios de fútbol. Es una cuestión de mercado, de negocio, que me parece muy bien pero yo creo que la música es otra cosa. A mí me gusta la sensación de poder recoger al público por detrás con lo que estás haciendo, abrazarlo, abarcar la última fila por detrás. En los teatros es un imposible. Se puede hacer un esfuerzo de imaginación, pero… Me gusta notar el calor de la gente".

Por eso repite más de una vez, con convencida fe, que se necesitan más clubs de jazz para no sólo mantenerse, sino para ser más y más grandes: "se necesitan más clubs de jazz para acercar esta música a la gente, para que se conozca. La experiencia... Escuchar música en directo, no enlatada. Para que el público pueda elegir, conocer nuevas cosas, aprender. Es muy necesario. Sí, que la gente pueda ir a escuchar jazz. Puede ser una actividad económica buena también, que haya más música en directo. De jazz y más cosas, que la gente pueda elegir y saber lo que se hace. Y eso habría que atenderlo, pero ya sabemos a lo que se atiende últimamente".

 

El porqué de Colina

Los tragos llegan al final, igual que este momento en que Colina ha intentado vestir la música buscando la mejor ropa de su fondo de armario. Porque lo lleva advirtiendo desde que decidió sentarse de forma que sólo pudiera prestar atención a la conversación, que la música son momentos, y que de uno sólo jamás podremos entender de qué trata. Y así también la vida, la suya y la de todos.  Cuando acaba de fundirse el hielo, y ya no se sabe qué queda de ginebra, de tónica, o si ya todo es agua, aparece el reflejo de la cara de Colina sobre la mesa. Y ves las gafas, y ves los ojos, y ves las cejas, y ves los dientes, y ya entiendes que Colina es como ese todo líquido que quedará intacto en un vaso de cristal que se lleva consigo el sonido de la huella de sus dedos.

 

 

Ilustración

Bea Estévez Álvarez


  
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